Tiempos modernos. Melchor Morán para Ensamblaideas sobre un ensayo de Andrea Revueltas.

“Moderno, modernidad, modernización son palabras claves de nuestra época. En México es frecuente encontrar estos términos en artículos y ensayos, en el discurso político y en los pronunciamientos de los líderes: el sistema político, la economía o el país en geneal, se nos dice, deben “modernizarse”. El reiterado uso de estos vocablos acaba por tornarlos banales y huecos, razón por la que se hace necesario precisar su sentido original, así como sus diferentes acepciones.”

Hace 30 años, así iniciaba Andrea revueltas su ensayo: “Modernidad y mundialidad”, (disponible en biblioteca.itam.mx), en el que hace un sólido análisis de la modernidad, que venía por décadas discutiéndose por distintos pensadores y filósofos, desde la privilegiada posición que le otorgaba hacerlo en las postrimerías del siglo XX.

Hace 30 años, en 1990, apenas vería la luz la World Wide Web, por lo que ni siquiera había iniciado la masificación de la internet. Vaya que el mundo nos cambió en estas 3 décadas, pero lo fascinante es lo vigente de su análisis. Vale la pena darse el tiempo de leerlo pues aporta elementos sin los cuales es imposible entender lo que hoy vivimos como sociedad, con los cambios desenfrenados que nos rodean.

“Modern Times” 1936, Charles Chaplin Productions. United Artists.

Y es que, los que hoy habitamos el planeta, nacimos en un mundo moderno. Lo que aprendimos y aprehendimos como realidad era esta escenografía de la modernidad. La modernidad se nos dio como parte de una realidad irrenunciable, como una fase más en la secuencia ineludible del destino humano en el desarrollo de su civilización, sin embargo, ni la modernidad, ni la razón son las únicas posibilidades monolíticas de la realidad. Vislumbrar otras versiones de civilización y existencia, resulta de la mayor prioridad en esta época en la que por fin estamos cobrando conciencia sobre la urgencia de cambiar nuestra vida sobre el planeta.

Para abrir boca les comparto lo que en ese entonces eran ya 13 efectos perversos de la modernidad y que Andrea Revueltas publicó en su ensayo.

Las normas: Cada producto, cada situación, cada comportamiento está determinado por normas que son definidas de acuerdo a datos cuantitativos y, por ende, controlables; mediante ellas terminan por imponerse modelos homogeneizantes que reducen a su mínima expresión las diferencias; en consecuencia, lo que se singulariza, lo que es diferente se vuelve molesto o incluso sospechoso.

Los flujos y circuitos: Hay flujos de productos, circuitos comerciales, “cableado” de las relaciones sociales; en ellos los itinerarios son previamente programados y obligatorios (por ejemplo, la organización de circuitos turísticos, mediante la cual se aplasta la realidad profunda de lugares, personas, objetos), La programación hace desaparecer lo espontáneo, lo inesperado.

Los códigos sociales: No constituyen solamente un sistema de signos sociales precisos y directos sino que poco a poco han ido reemplazando a la realidad, transformándose en intermediaciones obligatorias para toda actividad social y personal.

Prótesis: Intermediarios (instrumentos técnicos) que terminan por eliminar el contacto humano, además operan mediante una reducción funcional que suprime toda apertura hacia lo imaginario.

Lo efímero e instantáneo: Los productos se vuelven rápidamente obsoletos, desechables; de igual manera el saber, antes acumulable, se recicla constantemente.

Capilaridad: El tejido social se vuelve cada vez más poroso, las innovaciones técnicas se difunden en él de manera vertiginosa, ejerciendo un poder anestesiante; la mediocridad impera sobre la vida cotidiana.

La desterritorialización: Cuanto más moderna es una actividad, más se disocia de su contexto natural y social (ejecutivos de transnacionales, profesores, asistentes técnicos e incluso la fuerza de trabajo se “deslocalizan”; a través de la maquila sucede lo mismo con el producto fabricado).

Gigantismo tecnológico: Grandes centros urbanos, emporios petroleros, imperios económicos (IBM), supermercados, centrales atómicas, etc., se imponen tanto al trabajador como al usuario. Si por una parte el gigantismo no sólo obedece a las exigencias de una economía de escala sino que también sirve para afirmar el poder M Estado y de lo económico, por otra ofrece riesgos mayores por su desmesura; en caso de “disfunción” los daños son más grandes, lo que obliga a acrecentar controles y restricciones.

La violencia: Omnipresente, amenaza a los individuos; por su parte los medios de comunicación masiva la difunden con placer; el miedo y la inseguridad se vuelven fenómenos de masa.

La opacidad: Cuanto más invaden el tejido social los flujos y circuitos, más se busca disimularlos; la opacidad y el secreto provienen de la sofisticación extrema de la técnica. Poco se sabe de los puestos y estructuras de observación, análisis, control, decisión existentes en sectores claves: industrias de punta, energéticos, transporte. Frente a esto los usuarios se encuentran en una relación de dependencia pasiva, reducidos a la impotencia ante la complejidad de tales mecanismos.

La programación dirigida: La organización de los procesos colectivos y de las actividades sociales reducen (restringen) a modelos determinados hasta las opciones más personales. Esta operación no se lleva a cabo al estilo “Gulag” (coerción directa), sino por incitación sutil, a través del efecto que ejerce el modelo, la inercia social; su resultado es una alienación de las conductas colectivas.

La mercantilización: Todo se compra, todo se vende, hay que pagar por todo. La esfera de las actividades personales (libres y responsables) se reduce a medida que se amplifica la esfera de la mercantilización.

La contraproductividad regresiva: Cuanto más eficaces son un equipo y una técnica dentro de un sector específico, más efectos negativos produce sobre el conjunto que actúa. Surgen problemas por la complejidad de su mantenimiento; además coacciones y restricciones en cadena que vuelven gravosa la gestión.

“Modernidad y mundialidad” Andrea Revueltas, 1990. ITAM